

Ayer fue un día único en la historia del Paraguay; por primera vez las puertas del Palacio de Gobierno se abrieron a los ciudadanos. Al todavía presidente en funciones, se le aconsejó socializar los bienes del pueblo y hacerlos cercanos y accesibles. Así que tras un tiempo en restauración, este emblemático edificio del microcentro acogió a su ansioso pueblo. Se ve majestuoso de rosa en contraste con el verde de la naturaleza que lo rodea, parece si lo aislamos de la ciudad que es un tesoro colonial rodeado de esplendor, pero no, es tan sólo una ilusión, pues la miseria se siente tan sólo al cruzar la calle.
La cola para entrar es majestuosa por no decir abrumadora,
unas 3000 personas aguardan en fila su turno en las primeras horas de la tarde,
por la mañana y según personal de seguridad de la entrada, han podido pasar por
el edificio cerca de 15000 ciudadanos. Me alegro de que mi profesión me permita
saltarme la interminable cola pues se rumorea que la fila es tan grande que ya
no permiten que se sume nadie más. Ante semejante avalancha, el ejército y la
policía rodean y custodian cada centímetro del edificio y el personal de
seguridad se convierte en guía improvisado de la multitud que pregunta sin
cesar por cada detalle que se encuentra a su paso.

Tan sólo un espejismo pues una
puerta doble a la izquierda nos abre la entrada a un inmenso salón que en este
caso si se reconoce perfectamente como el despacho del presidente. Me sorprende
encontrar sobre el escritorio elementos que harían pensar a cualquiera que el
alguien ahí sentado ha tenido que salir a toda prisa: una botella de agua a
medias, un bolígrafo y papeles informales en la parte derecha de la mesa. Pero
volviendo al salón es realmente majestuoso: cortinas que cubren los inmensos
ventanales de techo a suelo colgando como pliegues de tela perfectamente
ordenados, banderas como guardianes del sillón presidencial y una impresionante
mesa en forma de arco que parece que recuerda a los tiempos de los grandes
mapas y estrategias de guerras piratas. Flores, luces de color bronce y
vitrinas con tesoros de la nación. Me resulta anecdótico como en una mesita
pegada a una de las paredes contiguas al la mesa, hay dos fotografías
enmarcadas, una de ellas me llama poderosamente la atención, como un trofeo de
un niño que admira a una ex estrella de fútbol, el presidente de Paraguay
agarrado del hombro por Bill Clinton.
Salimos de la sala hasta una larga
estancia con suelos de ajedrez en la que la protagonista es una mesa de las
mismas longitudes , larga hasta terminar en un inmenso espejo, una sala de
reuniones con tanta solemnidad como belleza. No me deja de sorprender el tema
de los espejos, por todas partes, gigantes del reflejo y custodios de cada sala
sin falta. Los niños juegan a posar y sacarse fotografías asustándose de su
tamaño que supera con creces la estatura de los presentes.
Dejando ya el primer
piso, una majestuosa escalera de mármol que termina en el cielo de nuevo nos
invita como en el Titanic a descubrir un segundo piso. Éste es cautivador, pero
no por sus ornamentaciones ni escasas salas sino por las vistas. Una inmensa
galería abierta a la ciudad que tiene por centro un balcón ovalado como el de
la casa blanca, desde el cual, se ve en el horizonte otear la bandera paraguaya
y como el rojo, blanco y azul de su patria se refleja en las construcciones de
enfrente. En este piso un salón que goza de un trabajo de marquetería único, en
el que la madera policromada dibuja arcos como separación entre las estancias;
el pan de oro, los colores, los contrastes…crean una bella armonía. Sin estar
terminadas las obras, los andamios y obreros interrumpen la visita con
constantes paseos; desde los balcones la multitud de hormigas que pretenden
entrar apenas se definen y apremiada por los guardias continúo mi visita.

Con mucha amabilidad nos despedimos y me dirijo a la salida pero una
pareja de mujeres con cascos blancos llama mi atención: Silvia Rey, Jefa de
Obras del ABH (empresa privada encargada de la construcción) repasa
minuciosamente detalles de la obra con su equipo. En una rápida entrevista me
confiesa que el edificio estaba en ruinas, que corría riesgo de derrumbe por
una plaga de termitas y que la carcoma no había sido el más dañino de sus
problemas. El escaso y malformado servicio de mantenimiento del edificio se
limitaba a amontonar capas de pintura para tapar los desperfectos (hasta 12 capas
se encontraron) sin reparar en las deficiencias estructurales.


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