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miércoles, 28 de agosto de 2013

CAPÍTULO 48: NOS VEMOS EN EL MUNDO


Llaman a la puerta, 6,45 de la mañana y pego un bote en la mesa del desayuno. Oigo la voz de Yasmina, hija de doña Antonia con la que he pasado mis últimos días en CAPI´IBARY. Pensaba que no me iba a poder despedir pues el frío y  la lluvia de ayer nos habían impedido vernos (aquí cuando llueve y hace frío la vida se para).
Tropezando con la silla, corro hacia la puerta y veo el gorro de la pequeña entre los brazos de la hermana Cecili que la saluda. En cuanto la suelta, miro sus ojitos entre el gorro y la bufanda que casi le tapa por completo la cara. Esos ojitos rasgados y grandes que jamás olvidaré me miran y corro a estrecharla en mis brazos lo más fuerte que puedo sin hacerle daño. Mientras la abrazo veo a Doña Antonia aparcando la moto delante de la casa, tapada también casi toda su cara, achina los ojos y siento que me sonríe.
Pasamos  a la casa y me toca a mi darles unos regalos que les compré a toda prisa pues ellas me regalaron tantas cosas, que aunque no tengo mucho dinero, no podía no corresponderlas. Varios cuadernos de pintura, pinturas, plasti-cola y cuentos para Yasmina; una pulsera y una muñeca para Lucida; una cartera para Ña Antonia y un marco con una de las fotos que habíamos tomado en familia el día anterior para la mayor, Sabi. No sé si os he hablado de la familia al completo pero merecen una mención sincera: La señora Antonia es una madre que ha sacado a cuatro hijas ella sola, que tiene dos trabajos y un espíritu incansable. Ayuda a cualquiera que se encuentra a su paso y  hace ya cinco años, cuando su hermana murió en un accidente de moto, que se hizo cargo de su sobrina Lucía que salió ilesa del terrible suceso. Lucía es una niña callada y tímida cuando son muchos hablando, pero sí le das una oportunidad a solas, te demuestra que tiene un ángel en su garganta y que además te cuenta las cosas con un mimo y dulzura verdaderamente sobrecogedoras. No anda muy bien por un problema en las caderas pero casi no se nota. Me habla de su madre, de lo que la recuerda y la hecha de menos y no me puedo imaginar lo triste que se tiene que sentir a veces pues no conoce a su papá y no ha vuelto a ver a su hermano desde que su mamá falleció.
Sabi, es una futura periodista que estudia en Asunción, una joven de 20 años con una madurez y conversación realmente increíbles para su edad. Quiere viajar y estudiar en el extranjero, tiene unas notas buenísimas y tiene suficiente personalidad como para no dejarse comprar por ningún político o idea aunque sería el camino más fácil para conseguir una beca. Con 20 años estudia por las tardes y trabaja de mañana, sábados incluidos. Ella se paga su Universidad y sus gastos y muchas veces, su único día libre, se mete en el autobús durante 5 horas para ver a los suyos apenas un día. El domingo de madrugada regresa a Asunción con el tiempo justo de entrar en su trabajo. Realmente es increíble lo que hace.
Tanto me enrollo escribiendo que me olvido que hablábamos de la despedida. El caso es que ante ayer, ellas me sorprendieron regalándome un palo bordado de lienzo artesanal muy propio de estas tierras y la propia Sabi, se quitó su fular del cuello para que me llevara un recuerdo de ella. Aún lo llevo puesto y su perfume me recuerda a la familia entera, a las tardes en el brasero, a las risas y los juegos  y al calor de una familia que por unos días me hizo sentir más cerca de la mía propia.
Me agradecen muchísimo los regalos pero no hay tiempo para más, Yasmina debe entrar en el colegio y Antonia en su trabajo; cuando les digo unas últimas palabras y que deseo verlas en España, me doy cuenta que ya no me ven, porque sus ojos están llenos de lágrimas, Yanina se esconde en su bufanda pero los lagrimones se le caen sin remedio; pienso que es precioso pero en ese momento veo a Ña Antonia llorando también y sin poder hablar me emociono con ellas. Nos abrazamos por última vez. "Quizás no las vuelva a ver" pienso, pero jamás me olvidaré de ellas.
Sin mediar más palabras porque la voz no nos deja, movemos las manos en señal de despedida y un último y rápido abrazo que me llevaré en mi mochila. Vuelvo al desayuno que dejé a medias,  sorbo el café sonriendo sin parar, nadie a mi alrededor sabe lo feliz que me siento, pero en mi cabeza se repiten una y otra vez las imágenes de la despedida. Una de tantas pienso,  pero cada una de ellas inolvidable.

¿Qué será de ellas?¿Nos volveremos a ver?¿Se acordarán de mi cuando pase el tiempo? Por mi parte procuraré que sólo el fantasma del alzheimer me borre su recuerdo.








domingo, 25 de agosto de 2013

CAPÍTULO 46: LA ESPECIE DE ACERO: LOS INDÍGENAS



Ayer Doña Antonia, una de las mujeres que viene al rezo de los jueves, me dijo sin yo conocerla de nada : "Mañana te vengo a buscar y nos vamos en moto a conocer el Silo". Aunque no  sabía casi ni su nombre, la propuesta parecía muchísimo más atractiva que quedarme en casa. Realmente me apetecía salir, conocer el pueblo más allá de las dos calles por las que siempre me movía y sobretodo....¡ir en moto!
A la una en punto de la tarde siguiente llamaron a la puerta, era Ña Antonia y tras los saludos (que eran casi presentaciones) me subí de paquete y comenzó la aventura. Sin casco ninguno (aquí es más raro que alguien lo use), nos adentramos por la ruta principal con la que llegué a Capi´Ibary hace casi una semana, y nos dirigimos hacia el horizonte. Antonia, madre soltera con cuatro hijas, es funcionaria en el Ministerio de Obras Públicas por las mañanas y vendedora de electrodomésticos a domicilio por las tardes. Nos vamos conociendo mejor por el camino en dirección al silo Santa Catalina donde desde donde se trata y distribuye buena parte del maíz de la región. Entramos en las instalaciones del Silo como Pedro por su casa, los empleados y familias viven en el mismo recinto en casas cedidas pro el dueño del Silo mientras dure su trabajo. El aire está cargado de polvo y maíz que te rasca los ojos y la garganta. El perro de la familia a la que visitamos tenía un quiste en el ojo que aunque no soy médico no me extrañaría que estuviera relacionado con la densa polvareda.
"Realmente en el Silo quiere trabajar todo el mundo: sueldos altos, casa incluida, gastos pagados y una gran atención por parte del dueño" me cuenta Antonia. Mientras nos alejamos de la gran estructura cilíndrica, me imagino cómo debe ser para un niño la vida en el Silo. Creo que muchos de pequeños tuvimos la fantasía de vivir en una fábrica: el misterio, las máquinas, los ruidos, los camiones y todo el bosque que la rodeaba parecía un inmenso campo de juego.
Acompaño a Ña Antonia en su ruta de trabajo por la tarde, entregando documentos y cobrando (con suerte) electrodomésticos entregados.
Cuando acabamos, me dice "¿Quieres conocer a los indígenas?" Mis ojos se iluminan de repente y me siento viva de nuevo: ¿Indígenas, guaraníes, aquí al lado?
¡Dios mío, ya estamos tardando!
La moto sirve de guía y una visión del paisaje de casi 360 grados, me permite disfrutar de los arroyos, las tierras rojas, los cerros y la vegetación. Por momentos dudo si estoy en España, ya que algunas zonas de estepa y otras de forndosos bosques, se asemejan demasiado. Esa sensación de estar en casa, se disipa cuando nos cruzamos con las gentes: esos rasgos tan característicos y cada vez más aborígenes me hace pensar que estamos cerca.

La primera parada fue en un puesto de artesanía en la carretera; bueno, puesto no exactamente, una serpiente y otra figura talladas en madera clara junto con algunas macetas echas de raíces de plantas y tierra, muy típicas de los indígenas y colocadas sobre un madero y el propio suelo. Al vernos, un par de niños que jugaban a lo lejos vigilando con celo su puesto, salen corriendo a nuestro encuentro. No dejo de hacerles fotos, son realmente preciosos: ella con dos simpáticos moños, de pelo moreno y mechones rebeldes, con una preciosa sonrisa de dientes pequeños y separados y marcas en las mejillas, me hace recordar demasiado a la imagen de Pipi Calzaslargas. Su vestido y un gran osito de peluche algo manido que agarra con fuera, completan la idílica estampa. En brazos de su madre llega el pequeño de los hermanos, un niño precioso con cara de desconfianza y rasgos asiáticos que parece mirarnos con recelo. Aunque las manualidades son baratísimas (10.000 guaraníes=1,6 euros aprox) pesan demasiado para llevármelas de regreso a España y con la misma, nos alejamos mientras Pipi Calzarlargas no deja de saludarnos con su pequeña manita.

La siguiente parada es ya en una comunidad indígena, en un poblado. Las casas de madera y los techos de paja seca o rama son lo primero que vemos.
La ONG Un Techo para Mi País, que se dedica  a hacer casas de madera (estilo prefabricadas ) para las gentes más humildes, ha llegado hasta los indígenas y muchos ya no conservan sus construcciones típicas, pero por suerte éstos sí.

Apenas 10 casas una pegada a la otra, de reducido tamaño y en la ribera de un camino que conduce al interior de la montaña. Un niño que disfruta de lo que queda en su plato mientras los pollitos de al rededor, disfrutan de las migajas a sus pies.

A la derecha vemos a las gentes: un hombre de buena apariencia pero mayor viste una americana que le queda visiblemente grande y unos pantalones vaqueros. Si lo vemos de espaldas lo confundiríamos con un moderno joven , pero en realidad es ya abuelo.
Al vernos, en seguida los niños que nos encontramos se esconden y se ríen por vergüenza: la visita de lso extranjeros no es nada frecuente por estos parajes.
Ña Antonia me introduce en guaraní y el hombre nos ofrece su propio asiento: ¿una periodista y de España? un honor y acontecimiento para ellos.
A pesar del frío que sentía en la moto y que el termómetro marcaba 8 grados, aquí era distinto. Una especie de microclima se cernía sobre el lugar y las gentes, la tierra roja como el fuego parecía conservar el calor del día y las brasas y hogueras de las cocinas de paja hacían de toda la comunidad, un lugar tranquilo y acogedor que me producía cierta añoranza.
Una preciosa maternidad dándole leche a la más pequeña, me conmueve. A mi al rededor sonrisas que se esconden tras las rudimentarias construcciones, niñas hermosas que se extrañan al no esperar mi vista. Una de las mayores, se atreve a decirme su nombre: Natividad. Ojos grandes y saltones muy despiertos que me hacen pensar en la inteligencia y sabiduría de estas gentes de antaño "Son más inteligentes que nosotros" afirma Ña Antonia.
De vuelta a la carretera hacia otra comunidad, vemos que cada una tiene su escuela de materiales y bien construida, pero me sorprende descubrir que en todas, los baños parecen abandonados "Les instalan baños con agua corriente y baldosa, sanitarios y muy limpios, pero ellos acaban volviendo al monte y los baños se abandonan y pierden por falta de cuidados" cada frase de este tipo, me acerca algo más a mis conclusiones y es que no es el que nosotros veamos que el mundo debe ser de una forma, que sea una visión cierta ni universal. Ellos con sus costumbres, se encuentran más cómodos y felices siguiendo tradiciones ancestrales, que usando las moderneces de la evolución de forma impuesta.

Seguimos un camino pegado a la escuela en el que nos encontramos a dos pequeños: uno, casi un bebé, subido a un bidón a modo de camión de juegos y con la cara tan sucia que desde lejos parecería lepra. El otro, algo mayor, sonríe ante nuestra llegada y continúa jugando.
Pocos metros más nos adentramos en el bosque cuando ya asoman el mismo tipo de construcciones del poblado anterior.  Entre las casas, un árbol que da cobijo y sombra a muchos niños y niñas de diferentes edades que se arremolinan en juegos en torno a Ña Juana, amiga de Antonia y vendedora de remedios para el mate y tereré. 

Ahora sí me siento como un fotógrafo del National Geographic (no por la calidad de mis fotos), en medio de un auténtico poblado indígena, sus ropas típicas, su desnudez y sus tradiciones que nada tiene que ver con la realidad que ocurre a escasos metros hacia la carretera. Doña Juana habla en guaraní con Antonia que me va traduciendo poco de lo que se comenta a gran velocidad; en estos casos la impotencia se hace fuerte ante la imposibilidad de saber, de conocer de primera mano lo que se comenta, de mantener una conversación sin intermediarios.
El guaraní es una lengua bella, de palabras y sonidos nasales y guturales y difícil de aprender. No es romance, en nada se asemeja al castellano ni otro idioma parecido y auqne ellos me entienden a mi, yo no les entiendo a ellos.
Me cuenta Antonia que Juana es la "médico" de la comunidad y su marido Don Aurelio González, el sacerdote. Rodeados de pequeños me imagino cómo en esas condiciones de humildad habrán llegado al mundo. Hijos, nietos y ya bisnietos por doquier que desnudos de pies a cabeza parecen inmunes al frío de esta tarde de invierno. Se vuelve a repetir la escena anterior, el microclima que rodea a esta comunidad y que acuna con calor a cuantos viven en ella. 

Una imagen que me choca y espanta al mismo tiempo, las pequeñas que juegan desnudas, lo hacen entre restos de basura y animales que comen sus desperdicios del suelo. Incluso una de las pequeñas se acerca a un pequeña poza para meter sus manos, la misma de la que el cerdo y el perro están bebiendo.

Sus manos y uñas están completamente negras y no cesa de meterlas en su boca. ¡Estos niños son de acero! Cualquiera de nuestros pequeños o mayores estaría agonizando debido a las infecciones o a una pulmonía severa, sin embargo, sus cuerpos indígenas curtidos por la experiencia de los siglos y la biología que los acompaña, parece hacerlos totalmente inmunes.

Sigo dándole vueltas en mi cabeza a la definición de pobreza, pensando que cualquiera que se acercase por aquí, inmediatamente quedaría horrorizado por la estampa; sin embargo, estos niños ríen, parecen sanos y felices al menos por fuera...
Una de las cosas que más me llama la atención es la falta de agua. Aunque no hay ninguna villa ni pozo, los abuelos y jóvenes beben tereré y mate sin problema. Les pregunto de dónde sacan el agua y una de las chicas (no tendrá más de 19 y ya carga con dos criaturas) se ofrece a llevarnos a un arroyo cercano de dónde sacan el agua y lavan (a duras penas) sus ropas y cuerpos.
Nos disponemos en comitiva a bajar hacia el río y todos los niños se nos unen cerro abajo: Sandra, Mochi, Achipa...

Pasamos por otra de las casas que resulta ser de una de las hijas de Doña Juana y encontramos más de lo mismo, pero esta vez, un hombre que parece el padre de las criaturas comparte la custodia de los pequeños . 
Al parecer en la religión de éstos guaraníes, el padre que embaraza a la mamá, la mantiene con toda clase de atenciones y cuidados hasta el parto, al que a veces ni siquiera se le permite asistir y luego desaparece dejando a las criaturas al cuidado de su madre y abuelos. Ya más tarde, esa mujer podrá repetir el proceso con otro y cuando sea más grande, encontrar a un hombre con el que pasar su vida. No sé qué parte de la historia es cierta, dado que me la contó una niña de Capi´ibary, pero es la única que se me ha contado.
Llegamos al arroyo tras un paseo entre cultivos quemados y senderos sinuosos. Lo hacía más grande, pero sin embargo es un pequeño caño de agua que crea una poza a modo de presa de la que se sirven para recoger agua directamente y lavar sus ropas algo más adelante. El agua, que beben tranquilos sin hervir, proviene directamente del subterráneo y para mí no tiene un color lo suficientemente transparente para dar un trago sin más cuidado.
La joven le lava la cara al niño que encontramos en el camino y parece por fin otro, es realmente un niño hermoso.
De vuelta al poblado, Antonia les explica que soy periodista y nos hacemos algunas fotos que son el mejor recuerdo de esta experiencia; antes de irnos, Doña Juana me dice que quiere que le imprima algunas fotos y se las dé de recuerdo. Quedamos en que las recogerá en casa de las hermanas y nos alejamos de nuevo en la moto mientras niños y grandes mueven sus manos despidiéndose.
En el camino de vuelta, salimos por la escuela de nuevo: hay niños dentro y fuera de clase y la puerta del aula está siempre abierta.
Durante el viaje de regreso en moto, si bien antes pensaba en los paisajes y las construcciones analizando los animales y plantas, ahora voy pensando en qué significa la pobreza.
Cualquier ONG se echaría las manos a la cabeza viendo las cosas que acabo de ver, muchos se escandalizarían pensando en la carencia de estas gentes: desde su vivienda, su comida y su lamentable aspecto físico. Pero me paro y pienso que cada una de las caras que he visto hoy me han devuelto una sonrisa sincera, que pese a todo lo que nosotros, los "privilegiados" del primer mundo pensamos que les falta, ellos son felices o aparentan serlo. 

Ateridas de frío y tiritando volvemos a Capi´ibary donde ya en casa me pongo a pensar en lo calentito que se sentía ese entorno, como si los maderos que los amparaban del frío fueran mejor aislante que el cemento y el ladrillo que me rodea en mi habitación. Rodeada de mantas y envuelta como un paquete me pregunto si ellos tendrán frío y me siento vulnerable y estúpida descubriéndome tan débil que un simple cambio de tiempo me obliga a permanecer inmóvil y tapada hasta las orejas. "Ellos son más fuertes, más inteligentes y mejor adaptados". Pienso entonces que los varemos de primer y tercer mundo deberían ser revisados; que allí donde nosotros tenemos de todo no somos felices aquí, en medio de la nada y rodeados de basura, todo son sonrisas.

pd: No puedo dejar de ver las fotos del viaje, la aparente miseria que reflejan. Mientras, ya en casa de Antonia, me cuenta que ella les ha provisto de lindas ropas y mantas a estas gentes y que no hay caso: las ensucian y se las ponen como sintiéndose así más cómodos. Igual con el calzado, para nosotros pies desnudos y vulnerables a la enfermedad y el frío, para ellos la comodidad más absoluta y el sentir de la naturaleza bajo sus pies.


jueves, 22 de agosto de 2013

CAPÍTULO 44: CRÓNICA DE UN PARTO EN CAPI´IBARY



¿Qué diferencias y semejanzas encuentras entre Paraguay y España? una de las niñas de 8º grado me preguntaba en una entrevista improvisada frente a la clase. Pocas veces los periodistas nos ponemos al otro lado y más con un público tan receptivo y exigente. Julio, uno de los chicos de la clase tomaba fotos siguiendo mis instrucciones y demostrando un instinto nato que se reflejaba en los planos de cada una de ellas. Entre la respuesta y las risas llaman a la puerta con urgencia: la hermana Yolanda me hace una señal de premura para que hable con ella: "Si quieres ver un parto vete corriendo al dispensario". 

Había posibilidades de ver un parto y para eso había venido así que sin pensarlo y sin tiempo para entrar en pánico, agarré mi bolsa y mi ordenador y salí disparada escaleras abajo hacia el otro lado  de la calle. Respiraba como si hubiera venido de correr una maratón, no por la corta distancia de la carrera sino por la expectación y los nervios; parece que todo mi cuerpo esperaba con ansia el acontecimiento. Me encontré a la hermana Cecili sonriente como siempre que salía de una habitación donde exploraba a la mamá; me invitó a tomar agua y desfatigarme: "Hay tiempo todavía".
La puerta de la habitación estaba entreabierta y pude ver a una mujer morena con una barriga prominente que gemía y lloraba de dolor. Pensé entonces que no iba a ser tan fácil soportar un parto como pensaba. La hermana Cecili me preguntó : " ¿Te vas a desmayar?". 
Mi orgullo y mi deseo de que no se tuviera que preocupar de un parto y de mí me hizo responder rápidamente: "¡No que va!(...) bueno, no creo"  La seguridad del principio me hizo caer en la cuenta de que la respuesta no era tan segura ¿cómo iba  saber si me iba a desmayar si nunca había vivido nada semejante? Pensé entonces en el gallo y la matanza y mi estómago se endureció al momento. Me fui a una sala contigua a santiguarme y rezar que por favor fuera lo suficientemente dura como para aguantar un parto en directo, de principio a fin y manteniendo la cámara en el lugar que le correspondía. Pensé entonces que como con el gallo, el objetivo me ayudaría a sentirme algo más lejana, como viendo todo a través de una pantalla, como en un película.
El ruido del ventilador y el sofocante calor hacían que el segundero del reloj se escuchara con fuerza, me sentí de nuevo como en una película en la que el protagonista ve pasar el tiempo a ralentí mientras los sonidos de ende redor aumentan.
Se abrió la puerta de la sala y vi salir a la hermana Rafaela, seguida de la mujer que iba a dar a luz y la hermana Cecili sujetando una botella de suero. No me paré a detallar a la embarazada sino que inmortalicé el momento como si no fuera a tener próximas oportunidades.
Entramos en la sala de parto y los quejidos fueron en aumento. Me costó al principio ubicarme, la embarazada no me conocía y ¿quién era yo para estar allí fotografiando un momento tan íntimo sin tan siquiera habernos presentado? Poco a poco la dinámica del parto cambió la situación y sobraban las presentaciones.
Por fin me detuve a ver  a la mamá, no era adulta, sino una hermosa joven de 19 años. Ojos verdes con vetas de colores y una carita redonda y preciosa aún empapada por el sudor frío propio del intenso dolor. Madre primeriza y soltera que ya que el padre (toda esta conversación surgía entre contracciones) ni quería saber del parto. Una situación tan común que ya ha nadie sorprende en ninguna parte del mundo. Me alegré al menos de que esta vez pasara la mayoría de edad pero su cara era la de una niña y me hizo pensar que con 5 años más que ella, en unos instantes, ella sería mamá y yo, en nuestro país, era para eso una cría todavía.
La hermana Rafaela le secaba constantemente el sudo con una gasa y el cariño de una madre o abuela. La hermana Cecili le daba indicaciones mientras acariciaba su barriga para tranquilizarla y conocer la posición en la que venía el bebé.
No era paciente de la hermana, no traía historial consigo ni análisis y sólo el informe de una ecografía de hacía tres meses servía de  referencia alguna.
Las contracciones eran cada vez más seguidas y dolorosas, me atreví a mirar la zona por la que saldría el bebé esperando encontrarme alguna señal suya como en las películas; pero nada, aquello estaba cerrado a cal y canto y pensé entonces en cómo podría una criatura salir por tan estrecho agujero.
En guaraní la hermana Rafaela acompañaba con dulces palabras y consejos a la primeriza: "Empuja como si tuvieras ganas de hacer caca, no concentres la fuerza en tu cara o en el cuello..."
La madre de la joven llama a la puerta de vez en cuando para preguntar nerviosa cómo va el parto; le ha pedido a la hermana Cecili que les apaguen la tele de la salita de espera para poder rezar ella y su marido.
Rosana (nombre ficticio para proteger al identidad de la joven), se agarra con fuerza a la estrecha camilla e incluso a veces levanta los brazos como pidiendo socorro; no llora, sólo gime y apenas se permite gritar, no me imagino cómo se puede ser tan fuerte, un instinto que va más allá de lo humano (debe ser el maternal) la lleva a empujar con tanta fuerza y tan seguido que parece que se queda dormida cuando la contracción pasa : "Es un recurso que Dios les da a las mamás para que se repongan del esfuerzo, se suelen adormecer al terminar las contracciones" me dice Cecili. Literalmente los ojos de Rosana, esos ojos verdes de increíble fuerza, se desvanecen entre sus párpados y puedo ver desde mi posición como se quedan en blanco "Sigue respirando", me digo a mí misma ante el miedo a que se desmaye del esfuerzo.
Me acuerdo de todas las películas que he visto en mi vida y lo importante que es la respiración para la mamá y el bebé y me pongo a imitar lo mismo que he visto por la tele: "Respira profundamente, coge el aire por la nariz y expúlsalo por la boca" le comento como si entendiera algo de lo que yo misma digo (lo que son los nervios).
Las hermanas le indican que debe mantener una respiración constante para que al bebé le llegue oxígeno en un momento tan importante y Rosana lo graba en su mente de tal forma que aún en los peores momentos se acuerda del proceso; parece fácil acordarse de respirar, pero en momentos de dolor y sufrimiento hasta el aire duele.
Las hermanas se ríen cariñosamente de mí porque respiro con ella igual que en una clase de preparación al parto; entonces me doy cuenta de lo sola que se debe sentir sin el padre del bebé apoyándola. "Cuando los papás están aquí, parece que los partos son más fáciles, los niños nacen de otra manera y se nota " comenta la hermana Rafaela. Es entonces cuando me sale de lo más profundo de mi alma decirle : "Ojalá vivieran ,al menos una vez ,la sensación de que un bebé les saliera por un testículo" jajajaja me río ahora porque la cara de la hermana Rafaela fue chistosa cuando solté semejante comentario. "La hermana Cecili dice que Dios se equivocó poniendo un agujero tan pequeño para dar a luz, que tenía que haber dispuesto una cremallera en la barriga" me responde ella.
Estos momentos de risas distienden el ambiente mientras el parto se alarga sin remedio.
Con mucho tacto y cariño a cada contracción de la mamá, la hermana Rafaela, pone las manos en su vientre y ejerce muy poca presión como ayudando al feto a bajar hacia la pelvis.
Es increíble como se notaba que bajaba mientras las zonas de la barriga ya vacías se iban reblandeciendo poco a poco.
Hilos de sangre corrían desde el interior del vientre hacia la pelvis como si de una menstruación se tratara mientras al fondo, parecían distinguirse los pelitos de la cabeza del bebé. Una sensación de felicidad absoluta me recorrió el cuerpo al empezar a comprender lo que estaba viendo: ahora entiendo como lo llaman "El milagro de la vida". Estaba ahí , ya llegaba era un bebé y lo estaba viendo salir de las entrañas de su dolorida y valiente mamá.
La sala de partos no es como una sala de España en la que el equipo se esteriliza y prepara con ahínco y el quirófano es impoluto, recordemos que aquí estamos en una zona humilde que bastante tiene teniendo un dispensario: una sala con una camilla con potro, un fregadero, pares de guantes y el único requisito de recogerse el pelo. 
No hay batas blancas a excepción del mandil de plástico que la hermana Cecili se coloca para no mancharse en el parto al sacar a la criatura. Sin lujos, sin nada más que el calor de una vela encendida a San Ramón (patrón de los partos) en compañía de la imagen de Ana María Javohuey y un cuadro de Jesucristo; así vienen los niños al mundo, más de 400 ya, en Capi´Bary.
Me cuenta la hermana Rafaela que una amiga suya que estudiaba medicina y vino a hacer las prácticas de urgencia, se quedaba sorprendida y sacaba fotos de todo el lugar sin comprender cómo podían trabajar así y sin ningún susto en 400 partos.
Mientras las últimas contracciones anuncian la inminente llegada de la vida, las campanas de la iglesia repican a muerto, ya van dos ancianos hoy. La vida y la muerte en perfecta consecuencia y equilibrio en la más pragmática de las metáforas.
Volviendo al parto en sí, el bebé no nace. Los partos en las primerizas suelen ser más tardíos y dificultosos pero la hermana Cecili empieza a temer por el bebé porque lleva tiempo con la cabeza en la zona pélvica pero sin seguir bajando. 
Es entonces cuando todo sucede demasiado rápido: me piden que vaya corriendo a por la ropita del bebé que ya llega.
Cuando vuelvo, la hermana Cecili, tijera quirúrgica en mano, le practica un corte en la zona para abrir el hueco y que le bebé pueda salir ya por el miedo a que tenga el cordón umbilical enrollado al cuello. Sin información sobre el embarazo o cómo está posicionado el bebé , las decisiones pueden ser de vida o muerte en cuestión de segundos.
En cuanto practica el corte y la mamá empuja por última vez el bebé junto con el líquido amniótico salen  disparados y me alegro de que no salpique la cámara mientras mi dedo se vuelve loco en el disparador para no perder detalle. En cuanto la cabeza sale entera hasta el cuello, el resto del cuerpo cubierto de líquido a modo de vaselina, sale con facilidad.
Ya le veo el cuerpo, la cara, los pies, todos sus deditos mientras sigue ligado a la mamá por el cordón umbilical que la hermana Cecili se apresura a pinzar: ¡ESTO ES LA VIDA EN ESTADO PURO!
Contengo el aliento unos instantes pero sin soltar el disparador, el bebé no llora, tiene que llorar ... en seguida Cecili le desobstruye las vías respiratorias con un pequeño bombín rojo que introduce primero en su boquita y luego en las fosas nasales, como en una película lo pone boca a bajo con una facilidad que me deja pasmada; parece tan frágil y blanquecino que yo necesitaría algodones para tocarlo.

Un quejido sordo sigue a un llanto desmesurado por parte del recién nacido y por fin respiramos hondo: "Por muchos partos que uno lleve siempre está el miedo a que algo salga mal hasta el último momento" dice Cecili.
Cortado el cordón umbilical se apresuran a bañarlo y en seguida lo visten como un muñeco mientras su piel blanquecina y sus manos violáceas son la mejor certeza de lo mucho que deben sufrir ellos también el parto.
No me ha dado tiempo a pensar en todo lo vivido cuando estallo en lágrimas de alegría y voy corriendo a abrazar a la mamá que sonríe extasiada y más feliz que nunca respondiéndome al cariño recibido: "ESTÁ PERFECTAMENTE, ES PRECIOSO...¡CAMPEONA, VALIENTE!" Es lo único que atiendo a decir mientras trago saliva para seguir el momento hasta el final. Vuelvo a toda prisa hacia el vestíbulo y no dejo de sorprenderme al verlo tan pequeño, tan expresivo, ¡tan hermoso!. Tiene los ojos grandes y abiertos como platos como queriendo observarlo todo mientras su llanto se va transformando en simpáticos gorgoteos: "Va a ser muy vivo, muy listo" digo imitando lo que dijo mi madre que el médico comentó cuando vio mis ojos al nacer.
Me vuelvo loca haciéndole toda clase de fotos y el espíritu de Anne Gades me posee queriendo hacer de cada parte de su cara y sus manos un prematuro modelo.
Le agarro la manita y saco una foto sorprendiéndome de la pequeñez de sus uñitas perfectamente formadas, de las arruguitas de sus dedos, de su color blanquecino y aún así hermoso.
¡Qué ganas dios mío de tener uno de éstos entre mis brazos, uno mío! Si toda mi vida he querido ser madre, ¡ahora mismo sería madre de octillizos!
Me apresuro a mostrarle a la mamá que sonriendo ya no se acuerda de los terribles dolores sufridos, las fotos de su niño: se emociona al mismo tiempo que sonríe y se maravilla de lo realmente precioso que es. Es la primera vez que ve a su bebé y es a través de mi cámara...¡adoro mi trabajo!.
Un bebé de 3 kilos 200 gramos que es un pequeño príncipe llamado Josías Alexander con unos ojos enormes y vivos que no se cierran ante nada queriendo absorber el mundo entero por primera vez.

El saquito en el que han envuelto al bebé sale  de la cortinilla y la mamá y el bebé se miran a los ojos por primera vez...creo que estoy llorando de alegría al recordarlo, realmente el momento más bonito que he tenido el placer de vivir en mi corta existencia. Un rápido beso y en seguida se lo llevan a conocer a sus abuelos que se vuelven niños viendo al pequeño, sus ojos se iluminan y se respira la paz de que todo haya salido a la perfección.

En la cunita descansa el pequeño Josías mientras vuelvo con la mamá para ver el duro proceso de sacar los restos del embarazo, la placenta y el cordón umbilical que bien parecen por tamaño, otro bebé en camino: una parte no tan placentera de ver pero parte de la vida igualmente. La hermana Cecili me explica todo lo que por allí sale mientras miro atenta la cantidad de cosas que pueden caber ahí dentro: una bolsa enorme con restos del bebé, sangre y placenta por todas partes que pesan tanto o más que el propio feto. Tras la limpieza hay que coser a la mamá el corte que ha tenido que abrirse para el nacimiento. Como una costurera celosa de su traje, la hermana Cecili ejecuta su trabajo a la perfección seguido muy de cerca por mi cámara. Unos últimos consejos sobre los próximos días y cuidados y la madre se traslada por fin a la habitación donde la espera ansioso su retoño.
Tumbada en la cama le hermana Rafaela hace los honores de acercar al pequeño en brazos inseparables de su madre, ahora sí, ya es tuyo por y para siempre, y parece que nadie jamás podrá apartarlo de sus brazos.
Es entonces viendo ese cuadro cuando pienso en qué pensará un hombre para no querer vivir ese momento único, un hombre no, un padre, el padre de la cosa más bonita del mundo...realmente estoy yo participando más de la vida de ese pequeño que su propio progenitor que ni ha querido saber dónde estamos.
Me acuerdo mucho de mi padre, y pienso cuántas veces he querido que estuviera a mi lado y lo joven que lo perdí, lo poco que lo disfruté, pero eso sí, él estuvo al lado de mi madre sujetándole la mano mientras el momento más importante de mi vida estaba en proceso, mientras me veía nacer. Fue él quien me cogió en brazos por primera vez y siento ahora cuando la veo a ella que en el fondo de mi corazón hay un recuerdo que así lo conserva y que nos unirá para siempre más allá del cielo. 


Ahora siento que está a mi lado recordando ese día que parecía haber olvidado para siempre...no importa si no le dio tiempo a levantarme en caballito, sino estaba en mis cumpleaños, sino estará algún día en boda, nada importa de eso por primera vez en mi vida porque él me vio nacer.



pd: Aquí os dejo la mejor foto del día mientras veo atardecer en CAPI´IBARY, hoy el sol brilla más rojo que nunca , parece que quiere presenciar hasta el último momento el nacimiento como no queriendo que la noche lo apague. Se pone lentamente mientras el polvo de la calle se levanta para despedirlo, la noche llega despacio para acunar a Josías en el primer día de su vida.


domingo, 18 de agosto de 2013

CAPÍTULO 39: PARTIENDO A CAPI´BARY

Ayer por la tarde me surgió una idea viendo a la Hermana Cecili : ¿Y si me fuera con ella?. De repente , se me iluminaron los ojos  pensando en que pudiera cumplirse. La Hermana Cecili, de origen indio e increíbles experiencias vitales, trabaja como partera en el dispensario que las hermanas de San José de Cluny tienen en la comunidad de Capi´Bary. Todo empezó cuando este fin de semana, llegaron algunas de las hermanas de otras comunidades de la región para una reunión de Consejo Regional. No la conocía de nada, pero comenzamos a hablar de su vida, de la mía, de su trabajo como partera y sus ojos se iluminaban mientras me contaba lo feliz que es en su trabajo: traer niños de familias pobres al mundo. 
Sus experiencias y fortaleza no sólo me encantan como profesional sino como persona me han contaminado para no perderme la oportunidad de vivirlas con ella. Así que una india de nacimiento y una gallega de corazón parten en apenas una hora hacia Capi´Bary, donde ya la esperan desde hace dos días las pacientes a las que entrega no sólo su tiempo y profesionalidad sino su amor y entrega. 
Quien me conoce bien sabe cómo me gustan los chiquillos y tener la oportunidad de ver en un entorno tan diferente a mi realidad del primer mundo cómo nace la vida, de verdad es un orgullo como profesional y como persona. No se sabe muy bien cuándo volveré y partiré hacia la segunda parte de mi viaje: el internado de Pozo Colorado. Aquí los planes y horarios inflexibles no valen de nada y la mejor solución es tener la maleta siempre en la puerta. 5 horas de viaje en autobús (colectivo), 30.000 guaraníes, es decir, unos 5 euros que me acercarán a  280 kms de Asunción. Las hermanas me han invitado a este viaje, estoy impaciente, feliz y con ganas verlo, oírlo y sentirlo todo de nuevo. 
No me he despedido de los niños del comedor ¿preguntarán por mi? Espero que mucho, y volver pronto para darles una sorpresa y volver a tenerlos en mis brazos.
pd:Mamá si me estás leyendo, quiero que sepas que estoy bien, que como siempre me he embarcado en una nueva aventura y que se me estropeó el móvil.¡ Voy a ver nacer a un bebé!¡Voy a asistir a un parto! Soy feliz mami. Cuidaros mucho que vuelvo pronto. Os amo.
pd3: A ti si me lees, sabes quien eres. Te llevo a mi lado inseparable de mi mente, constante tu reclamo. 
pd2: espero no desmayarme en medio de un parto, sería más estorbo que otra cosa. Encomiendo mi estómago a un perro callejero.