¿Qué diferencias y
semejanzas encuentras entre Paraguay y España? una de las niñas de 8º grado
me preguntaba en una entrevista improvisada frente a la clase. Pocas veces los
periodistas nos ponemos al otro lado y más con un público tan receptivo y
exigente. Julio, uno de los chicos de la clase tomaba fotos siguiendo mis
instrucciones y demostrando un instinto nato que se reflejaba en los planos de
cada una de ellas. Entre la respuesta y las risas llaman a la puerta con
urgencia: la hermana Yolanda me hace una señal de premura para que hable con
ella: "Si quieres ver un parto vete
corriendo al dispensario".
Había posibilidades de ver un parto y para
eso había venido así que sin pensarlo y sin tiempo para entrar en pánico,
agarré mi bolsa y mi ordenador y salí disparada escaleras abajo hacia el otro
lado de la calle. Respiraba como si
hubiera venido de correr una maratón, no por la corta distancia de la carrera
sino por la expectación y los nervios; parece que todo mi cuerpo esperaba con
ansia el acontecimiento. Me encontré a la hermana Cecili sonriente como siempre
que salía de una habitación donde exploraba a la mamá; me invitó a tomar agua y
desfatigarme: "Hay tiempo
todavía".
La puerta de la habitación estaba entreabierta y pude ver a
una mujer morena con una barriga prominente que gemía y lloraba de dolor. Pensé
entonces que no iba a ser tan fácil soportar un parto como pensaba. La hermana
Cecili me preguntó : " ¿Te vas a
desmayar?".
Mi orgullo y mi deseo de que no se tuviera que preocupar
de un parto y de mí me hizo responder rápidamente: "¡No que va!(...)
bueno, no creo" La seguridad del
principio me hizo caer en la cuenta de que la respuesta no era tan segura ¿cómo
iba saber si me iba a desmayar si nunca
había vivido nada semejante? Pensé entonces en el gallo y la matanza y mi
estómago se endureció al momento. Me fui a una sala contigua a santiguarme y
rezar que por favor fuera lo suficientemente dura como para aguantar un parto
en directo, de principio a fin y manteniendo la cámara en el lugar que le
correspondía. Pensé entonces que como con el gallo, el objetivo me ayudaría a
sentirme algo más lejana, como viendo todo a través de una pantalla, como en un
película.
El ruido del ventilador y el sofocante calor hacían que el
segundero del reloj se escuchara con fuerza, me sentí de nuevo como en una
película en la que el protagonista ve pasar el tiempo a ralentí mientras los
sonidos de ende redor aumentan.
Se abrió la puerta de la sala y vi salir a la hermana
Rafaela, seguida de la mujer que iba a dar a luz y la hermana Cecili sujetando
una botella de suero. No me paré a detallar a la embarazada sino que
inmortalicé el momento como si no fuera a tener próximas oportunidades.
Entramos en la sala de parto y los quejidos fueron en
aumento. Me costó al principio ubicarme, la embarazada no me conocía y ¿quién
era yo para estar allí fotografiando un momento tan íntimo sin tan siquiera
habernos presentado? Poco a poco la dinámica del parto cambió la situación y
sobraban las presentaciones.
Por fin me detuve a ver
a la mamá, no era adulta, sino una hermosa joven de 19 años. Ojos verdes
con vetas de colores y una carita redonda y preciosa aún empapada por el sudor
frío propio del intenso dolor. Madre primeriza y soltera que ya que el padre
(toda esta conversación surgía entre contracciones) ni quería saber del parto.
Una situación tan común que ya ha nadie sorprende en ninguna parte del mundo.
Me alegré al menos de que esta vez pasara la mayoría de edad pero su cara era
la de una niña y me hizo pensar que con 5 años más que ella, en unos instantes,
ella sería mamá y yo, en nuestro país, era para eso una cría todavía.
La hermana Rafaela le secaba constantemente el sudo con una
gasa y el cariño de una madre o abuela. La hermana Cecili le daba indicaciones
mientras acariciaba su barriga para tranquilizarla y conocer la posición en la
que venía el bebé.
No era paciente de la hermana, no traía historial consigo ni
análisis y sólo el informe de una ecografía de hacía tres meses servía de referencia alguna.
Las contracciones eran cada vez más seguidas y dolorosas, me
atreví a mirar la zona por la que saldría el bebé esperando encontrarme alguna
señal suya como en las películas; pero nada, aquello estaba cerrado a cal y
canto y pensé entonces en cómo podría una criatura salir por tan estrecho
agujero.
En guaraní la hermana Rafaela acompañaba con dulces palabras
y consejos a la primeriza: "Empuja
como si tuvieras ganas de hacer caca, no concentres la fuerza en tu cara o en
el cuello..."
La madre de la joven llama a la puerta de vez en cuando para
preguntar nerviosa cómo va el parto; le ha pedido a la hermana Cecili que les
apaguen la tele de la salita de espera para poder rezar ella y su marido.
Rosana (nombre ficticio para proteger al identidad de la
joven), se agarra con fuerza a la estrecha camilla e incluso a veces levanta
los brazos como pidiendo socorro; no llora, sólo gime y apenas se permite
gritar, no me imagino cómo se puede ser tan fuerte, un instinto que va más allá
de lo humano (debe ser el maternal) la lleva a empujar con tanta fuerza y tan
seguido que parece que se queda dormida cuando la contracción pasa : "Es un recurso que Dios les da a las
mamás para que se repongan del esfuerzo, se suelen adormecer al terminar las
contracciones" me dice Cecili. Literalmente los ojos de Rosana, esos
ojos verdes de increíble fuerza, se desvanecen entre sus párpados y puedo ver
desde mi posición como se quedan en blanco "Sigue
respirando", me digo a mí misma ante el miedo a que se desmaye del
esfuerzo.
Me acuerdo de todas las películas que he visto en mi vida y
lo importante que es la respiración para la mamá y el bebé y me pongo a imitar lo
mismo que he visto por la tele: "Respira
profundamente, coge el aire por la nariz y expúlsalo por la boca" le
comento como si entendiera algo de lo que yo misma digo (lo que son los
nervios).
Las hermanas le indican que debe mantener una respiración
constante para que al bebé le llegue oxígeno en un momento tan importante y
Rosana lo graba en su mente de tal forma que aún en los peores momentos se
acuerda del proceso; parece fácil acordarse de respirar, pero en momentos de
dolor y sufrimiento hasta el aire duele.
Las hermanas se ríen cariñosamente de mí porque respiro con
ella igual que en una clase de preparación al parto; entonces me doy cuenta de
lo sola que se debe sentir sin el padre del bebé apoyándola. "Cuando los papás están aquí, parece que los
partos son más fáciles, los niños nacen de otra manera y se nota "
comenta la hermana Rafaela. Es entonces cuando me sale de lo más profundo de mi
alma decirle : "Ojalá vivieran ,al menos una vez ,la sensación de que un
bebé les saliera por un testículo" jajajaja me río ahora porque la cara de
la hermana Rafaela fue chistosa cuando solté semejante comentario. "La hermana Cecili dice que Dios se
equivocó poniendo un agujero tan pequeño para dar a luz, que tenía que haber
dispuesto una cremallera en la barriga" me responde ella.
Estos momentos de risas distienden el ambiente mientras el
parto se alarga sin remedio.
Con mucho tacto y cariño a cada contracción de la mamá, la
hermana Rafaela, pone las manos en su vientre y ejerce muy poca presión como
ayudando al feto a bajar hacia la pelvis.
Es increíble como se notaba que bajaba mientras las zonas de
la barriga ya vacías se iban reblandeciendo poco a poco.
Hilos de sangre corrían desde el interior del vientre hacia
la pelvis como si de una menstruación se tratara mientras al fondo, parecían
distinguirse los pelitos de la cabeza del bebé. Una sensación de felicidad
absoluta me recorrió el cuerpo al empezar a comprender lo que estaba viendo:
ahora entiendo como lo llaman "El milagro de la vida". Estaba ahí ,
ya llegaba era un bebé y lo estaba viendo salir de las entrañas de su dolorida
y valiente mamá.
La sala de partos no es como una sala de España en la que el
equipo se esteriliza y prepara con ahínco y el quirófano es impoluto,
recordemos que aquí estamos en una zona humilde que bastante tiene teniendo un
dispensario: una sala con una camilla con potro, un fregadero, pares de guantes
y el único requisito de recogerse el pelo.
No hay batas blancas a excepción del
mandil de plástico que la hermana Cecili se coloca para no mancharse en el
parto al sacar a la criatura. Sin lujos, sin nada más que el calor de una vela
encendida a San Ramón (patrón de los partos) en compañía de la imagen de Ana
María Javohuey y un cuadro de Jesucristo; así vienen los niños al mundo, más de
400 ya, en Capi´Bary.
Me cuenta la hermana Rafaela que una amiga suya que
estudiaba medicina y vino a hacer las prácticas de urgencia, se quedaba
sorprendida y sacaba fotos de todo el lugar sin comprender cómo podían trabajar
así y sin ningún susto en 400 partos.
Mientras las últimas contracciones anuncian la inminente
llegada de la vida, las campanas de la iglesia repican a muerto, ya van dos
ancianos hoy. La vida y la muerte en perfecta consecuencia y equilibrio en la
más pragmática de las metáforas.
Volviendo al parto en sí, el bebé no nace. Los partos en las
primerizas suelen ser más tardíos y dificultosos pero la hermana Cecili empieza
a temer por el bebé porque lleva tiempo con la cabeza en la zona pélvica pero
sin seguir bajando.
Es entonces cuando todo sucede demasiado rápido: me piden
que vaya corriendo a por la ropita del bebé que ya llega.
Cuando vuelvo, la hermana Cecili, tijera quirúrgica en mano,
le practica un corte en la zona para abrir el hueco y que le bebé pueda salir
ya por el miedo a que tenga el cordón umbilical enrollado al cuello. Sin
información sobre el embarazo o cómo está posicionado el bebé , las decisiones
pueden ser de vida o muerte en cuestión de segundos.
En cuanto practica el corte y la mamá empuja por última vez
el bebé junto con el líquido amniótico salen
disparados y me alegro de que no salpique la cámara mientras mi dedo se
vuelve loco en el disparador para no perder detalle. En cuanto la cabeza sale
entera hasta el cuello, el resto del cuerpo cubierto de líquido a modo de
vaselina, sale con facilidad.
Ya le veo el cuerpo, la cara, los pies, todos sus deditos
mientras sigue ligado a la mamá por el cordón umbilical que la hermana Cecili
se apresura a pinzar: ¡ESTO ES LA VIDA EN ESTADO PURO!
Contengo el aliento unos instantes pero sin soltar el
disparador, el bebé no llora, tiene que llorar ... en seguida Cecili le
desobstruye las vías respiratorias con un pequeño bombín rojo que introduce
primero en su boquita y luego en las fosas nasales, como en una película lo
pone boca a bajo con una facilidad que me deja pasmada; parece tan frágil y
blanquecino que yo necesitaría algodones para tocarlo.
Un quejido sordo sigue a un llanto desmesurado por parte del
recién nacido y por fin respiramos hondo:
"Por muchos partos que uno lleve siempre está el miedo a que algo salga
mal hasta el último momento" dice Cecili.
No me ha dado tiempo a pensar en todo lo vivido cuando
estallo en lágrimas de alegría y voy corriendo a abrazar a la mamá que sonríe
extasiada y más feliz que nunca respondiéndome al cariño recibido: "ESTÁ PERFECTAMENTE, ES PRECIOSO...¡CAMPEONA,
VALIENTE!" Es lo único que atiendo a decir mientras trago saliva para
seguir el momento hasta el final. Vuelvo a toda prisa hacia el vestíbulo y no
dejo de sorprenderme al verlo tan pequeño, tan expresivo, ¡tan hermoso!. Tiene
los ojos grandes y abiertos como platos como queriendo observarlo todo mientras
su llanto se va transformando en simpáticos gorgoteos: "Va a ser muy vivo, muy listo" digo imitando lo que dijo
mi madre que el médico comentó cuando vio mis ojos al nacer.
Le agarro la manita y saco una foto sorprendiéndome de la
pequeñez de sus uñitas perfectamente formadas, de las arruguitas de sus dedos,
de su color blanquecino y aún así hermoso.
¡Qué ganas dios mío de tener uno de éstos entre mis brazos,
uno mío! Si toda mi vida he querido ser madre, ¡ahora mismo sería madre de
octillizos!
Un bebé de 3 kilos 200 gramos que es un pequeño príncipe
llamado Josías Alexander con unos ojos enormes y vivos que no se cierran ante
nada queriendo absorber el mundo entero por primera vez.
El saquito en el que han envuelto al bebé sale de la cortinilla y la mamá y el bebé se miran
a los ojos por primera vez...creo que estoy llorando de alegría al recordarlo,
realmente el momento más bonito que he tenido el placer de vivir en mi corta
existencia. Un rápido beso y en seguida se lo llevan a conocer a sus abuelos que
se vuelven niños viendo al pequeño, sus ojos se iluminan y se respira la paz de
que todo haya salido a la perfección.
En la cunita descansa el pequeño Josías mientras vuelvo con
la mamá para ver el duro proceso de sacar los restos del embarazo, la placenta
y el cordón umbilical que bien parecen por tamaño, otro bebé en camino: una
parte no tan placentera de ver pero parte de la vida igualmente. La hermana
Cecili me explica todo lo que por allí sale mientras miro atenta la cantidad de
cosas que pueden caber ahí dentro: una bolsa enorme con restos del bebé, sangre
y placenta por todas partes que pesan tanto o más que el propio feto. Tras la
limpieza hay que coser a la mamá el corte que ha tenido que abrirse para el
nacimiento. Como una costurera celosa de su traje, la hermana Cecili ejecuta su
trabajo a la perfección seguido muy de cerca por mi cámara. Unos últimos
consejos sobre los próximos días y cuidados y la madre se traslada por fin a la
habitación donde la espera ansioso su retoño.
Es entonces viendo ese cuadro cuando pienso en qué pensará
un hombre para no querer vivir ese momento único, un hombre no, un padre, el
padre de la cosa más bonita del mundo...realmente estoy yo participando más de
la vida de ese pequeño que su propio progenitor que ni ha querido saber dónde
estamos.
Me acuerdo mucho de mi padre, y pienso cuántas veces he
querido que estuviera a mi lado y lo joven que lo perdí, lo poco que lo
disfruté, pero eso sí, él estuvo al lado de mi madre sujetándole la mano
mientras el momento más importante de mi vida estaba en proceso, mientras me
veía nacer. Fue él quien me cogió en brazos por primera vez y siento ahora
cuando la veo a ella que en el fondo de mi corazón hay un recuerdo que así lo
conserva y que nos unirá para siempre más allá del cielo.
Ahora siento que está
a mi lado recordando ese día que parecía haber olvidado para siempre...no
importa si no le dio tiempo a levantarme en caballito, sino estaba en mis
cumpleaños, sino estará algún día en boda, nada importa de eso por primera vez
en mi vida porque él me vio nacer.
pd: Aquí os dejo la mejor foto del día mientras veo
atardecer en CAPI´IBARY, hoy el sol brilla más rojo que nunca , parece que
quiere presenciar hasta el último momento el nacimiento como no queriendo que
la noche lo apague. Se pone lentamente mientras el polvo de la calle se levanta
para despedirlo, la noche llega despacio para acunar a Josías en el primer día
de su vida.
Hermoso relato...=´)
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