Llaman
a la puerta, 6,45 de la mañana y pego un bote en la mesa del desayuno. Oigo la
voz de Yasmina, hija de doña Antonia con la que he pasado mis últimos días en
CAPI´IBARY. Pensaba que no me iba a poder despedir pues el frío y la lluvia de ayer nos habían impedido vernos
(aquí cuando llueve y hace frío la vida se para).
Tropezando
con la silla, corro hacia la puerta y veo el gorro de la pequeña entre los
brazos de la hermana Cecili que la saluda. En cuanto la suelta, miro sus ojitos
entre el gorro y la bufanda que casi le tapa por completo la cara. Esos ojitos
rasgados y grandes que jamás olvidaré me miran y corro a estrecharla en mis
brazos lo más fuerte que puedo sin hacerle daño. Mientras la abrazo veo a Doña
Antonia aparcando la moto delante de la casa, tapada también casi toda su cara,
achina los ojos y siento que me sonríe.
Pasamos a la casa y me toca a mi darles unos regalos
que les compré a toda prisa pues ellas me regalaron tantas cosas, que aunque no
tengo mucho dinero, no podía no corresponderlas. Varios cuadernos de pintura,
pinturas, plasti-cola y cuentos para Yasmina; una pulsera y una muñeca para
Lucida; una cartera para Ña Antonia y un marco con una de las fotos que
habíamos tomado en familia el día anterior para la mayor, Sabi. No sé si os he
hablado de la familia al completo pero merecen una mención sincera: La señora
Antonia es una madre que ha sacado a cuatro hijas ella sola, que tiene dos
trabajos y un espíritu incansable. Ayuda a cualquiera que se encuentra a su
paso y hace ya cinco años, cuando su
hermana murió en un accidente de moto, que se hizo cargo de su sobrina Lucía que
salió ilesa del terrible suceso. Lucía es una niña callada y tímida cuando son
muchos hablando, pero sí le das una oportunidad a solas, te demuestra que tiene
un ángel en su garganta y que además te cuenta las cosas con un mimo y dulzura
verdaderamente sobrecogedoras. No anda muy bien por un problema en las caderas
pero casi no se nota. Me habla de su madre, de lo que la recuerda y la hecha de
menos y no me puedo imaginar lo triste que se tiene que sentir a veces pues no
conoce a su papá y no ha vuelto a ver a su hermano desde que su mamá falleció.
Sabi,
es una futura periodista que estudia en Asunción, una joven de 20 años con una
madurez y conversación realmente increíbles para su edad. Quiere viajar y
estudiar en el extranjero, tiene unas notas buenísimas y tiene suficiente
personalidad como para no dejarse comprar por ningún político o idea aunque
sería el camino más fácil para conseguir una beca. Con 20 años estudia por las
tardes y trabaja de mañana, sábados incluidos. Ella se paga su Universidad y
sus gastos y muchas veces, su único día libre, se mete en el autobús durante 5
horas para ver a los suyos apenas un día. El domingo de madrugada regresa a
Asunción con el tiempo justo de entrar en su trabajo. Realmente es increíble lo
que hace.
Tanto
me enrollo escribiendo que me olvido que hablábamos de la despedida. El caso es
que ante ayer, ellas me sorprendieron regalándome un palo bordado de lienzo
artesanal muy propio de estas tierras y la propia Sabi, se quitó su fular del
cuello para que me llevara un recuerdo de ella. Aún lo llevo puesto y su
perfume me recuerda a la familia entera, a las tardes en el brasero, a las
risas y los juegos y al calor de una
familia que por unos días me hizo sentir más cerca de la mía propia.
Me
agradecen muchísimo los regalos pero no hay tiempo para más, Yasmina debe
entrar en el colegio y Antonia en su trabajo; cuando les digo unas últimas
palabras y que deseo verlas en España, me doy cuenta que ya no me ven, porque
sus ojos están llenos de lágrimas, Yanina se esconde en su bufanda pero los
lagrimones se le caen sin remedio; pienso que es precioso pero en ese momento
veo a Ña Antonia llorando también y sin poder hablar me emociono con ellas. Nos
abrazamos por última vez. "Quizás no
las vuelva a ver" pienso, pero jamás me olvidaré de ellas.
Sin
mediar más palabras porque la voz no nos deja, movemos las manos en señal de
despedida y un último y rápido abrazo que me llevaré en mi mochila. Vuelvo al
desayuno que dejé a medias, sorbo el
café sonriendo sin parar, nadie a mi alrededor sabe lo feliz que me siento,
pero en mi cabeza se repiten una y otra vez las imágenes de la despedida. Una
de tantas pienso, pero cada una de ellas
inolvidable.
¿Qué será de ellas?¿Nos volveremos a ver?¿Se acordarán de mi cuando pase el tiempo? Por mi parte procuraré que sólo el fantasma del alzheimer me borre su recuerdo.
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