Paisajes que me recuerdan a mi tierra, plantaciones de
bananas quemadas esperando a las lluvias para brotar de nuevo, vacas unas
flacas otras jorobadas y chanchos del tamaño de caballos.
Una ruta singular que
no te deja indiferente. Pisamos Capi´Bary cerca de las 4 y media de la tarde.
Una pequeña caminata y por fin en casa.
Digo por fin en casa porque realmente
así me sentí, una cálida bienvenida y un cartel que en mi mesa de escritorio
así me lo recordaba. Hace un año que la comunidad construyó esta hermosa casita
a las Hermanas, tres, que ayudan como administrativas en la escuela, como
parteras y enfermeras en el dispensario y como madres de muchas familias de la
zona.
Es como una casita de juguete: techos de madera, un lindo
jardín con flores y gallinas y, en definitiva, un remanso de paz que sólo se ve
alterado de vez en cuando por los canes de los vecinos y los ecos de los niños
de la escuela que están justo en frente. Parece realmente un pueblo de Pin y
Pon: la casa parroquial, el colegio, el centro de formación docente y el
dispensario uno enfrente del otro y rodeados de la calle comercial y principal
de Capi´Bari que linda con la ruta (carretera principal).
Después de conocer la casa y a las hermanas Rafaela y
Yolanda, dejo el equipaje en la habitación y en seguida me pongo a sacar fotos
como una loca: la acogedora capilla, el patio, las gallinas, las flores... todo
es hermoso con la luz del atardecer.
Poco después la Hermana recibe la llamada
que nos invita al festejo del cumpleaños de un abuelo de la comunidad, que cumple
hoy 80 años. Llegada la noche nos dirigimos hacia el festejo, la música resuena
ya desde nuestra puerta y al entrar nos encontramos en el patio de la casa con
toda la familia: el cumpleañero Don Carlos que aparenta no más de 60, sus
hijos, nietos y bisnietos que no han querido perderse esta única ocasión.
Es un ambiente que ya echaba de menos por mi juventud: la
música, el baile, alguna que otra alegría para el cuerpo, gente de mi edad y un
calor de familia que va desde los pequeños, pasando por los jóvenes como yo y
hasta los más ancianos.
En seguida las hijas del cumpleañero, reciben a las hermanas
como una bendición, (más tarde durante la cena me contarán que más que una
bendición, las reciben como a sus propias mamás, en una de las conversaciones
más tiernas y sinceras que recuerdo). Mucho se las quiere en esta zona.
Cecili y Rafaela insisten en que salga a bailar con los
jóvenes.
Muerta de vergüenza me arrastran literalmente al escenario improvisado
donde un grupo de música ameniza la noche. Me siento realmente como en una
película de viajes, donde la extranjera ríe y baila y se enamora de cuanto
tiene a su alrededor mientras las palmas, y las canciones típicas hacen de
banda sonora: ¡guión de Hollywood a full! (como dicen aquí).
En seguida conozco a la gente de mi edad,
Carlos de 22 años estudia obras públicas y quiere viajar por el mundo; mientras
bailamos me presenta a Luis, un español de 25 años que se casó con una de las
nietas de Don Carlos y que aunque se le
distingue de los demás por su rubio platino y ojos azules y aunque es madrileño
de pura cepa, parece haberse entregado por completo al Paraguay: su acento, su
felicidad y hasta unos kilos de más (cuando llegó era muy flaco)por la mandioca
le delatan: "La buena vida y la poca vergüenza" comenta a las
hermanas.
Pero pronto llegó el momento más dulce de la noche: Una de
las nietas de Don Carlos, cerca ya de celebrar sus 15, le ha preparado una
presentación en Power Point con fotografías desde sus años mozos, su familia y
un precioso texto que acompaña a la emotiva música.
La pequeña, como una
auténtica profesional y sin vergüenza ninguna, coge el micrófono mientras se
prepara la pantalla y el proyector y dice: "Querido
Abuelo, éste regalo no es tan sólo ni un 20% de todo lo que te queremos, por
tus años, por tus recuerdos ¡porque eres el mejor!" Desde luego éste
gesto que haría emocionarse al más duro, conmovió al abuelo que emocionado y
acompañado de toda su familia, revisaba cada fotografía con sentimientos
contenidos: su esposa que falleció 9 años y 6 meses atrás pero de la que nunca
se olvida (única mujer a la que le debe un baile pues ni su nieta a conseguido
sacarle a bailar desde que murió), las
épocas de hombre más joven en las que lucía una cazadora de cuero y una camisa
blanca mientras sostenía una cerveza entre risas, viajes familiares, etc. Si
esto es pobreza, ¡cuánto querría ser pobre!
Ahora mismo miro a esta familia tan
unida, festejando desde la mañana, todos colaborando y sintiendo realmente un
profundo amor y respeto por su anciano progenitor; ninguno busca excusas para
marcharse temprano con sus amigos, no hay otros planes ni trabajo que quieran
usarse de pretexto para marcharse de aquí.
Recuerdo los tiempos en los que mi casa se parecía a ésta...la nostalgia
es imposible de evitar.
Una vaca de 110 kilos ha sido sacrificada para la ocasión, la carne espetada en varas de madera gigantes, se cocina lentamente en las brasas del suelo, allo spiedo, como en Italia. Miro constantemente hacia las hermanas que comparten risas y bailes con los lugareños como una más de la familia, hasta la hermana Cecili se apunta cuando suena la música de Olimpia (club de fútbol).
La hospitalidad es tal que
no existe un vaso de uno sólo sino que la bebida es común y ofrecerla a los de
al lado es una tradición no apta para escrupulosos.
Carlos me sirve una especie
de coco loco que disfruto como nunca. Pasamos al comedor porque para las
hermanas se acerca la hora de acostarse, para compartir el asado con las hijas
de Don Carlos que sacan una de las varas de carne del fuego expresamente para
nosotras: mandioca, chimichurri, costilla...todo un banquete de asado que se
ameniza con una preciosa conversación. Una de las hijas de Don Carlos nos
cuenta la alegría de su padre porque hayan venido las hermanas, para él una
mezcla de devoción y fe a la memoria de
su fallecida esposa.
La historia es preciosa, sin duda, un amor más allá de la
propia muerte: Doña Ida, esposa de Don Carlos, era una mujer muy devota,
catequista y entregada durante 38 años al trabajo con la Iglesia. Pero nunca
consiguió que su marido la acompañara a misa por más que rezó en vida. Sin
embargo el día de su muerte su marido se confesó y desde ese momento no hay
domingo que no sea el primero en la Iglesia. En honor a su mujer sigue el
camino que ha ella le hubiera gustado que llevara en vida pero que finalmente
consiguió. Dice su hija que hasta a sus nietos les riñe cuando no adoptan una
postura correcta en el rezo o no están a lo que están.
Ésta historia me hace recordar a mis propios abuelos que por
orden y necesidad de mi abuela tuvieron su primera cita yendo a misa.
Imaginaros a un joven y apuesto muchacho (el más ligón del pueblo porque ya de
aquella tenía moto) con la moto aparcada como fianza en el bar de la madre de
mi abuela hasta que regresara con mi abuela de misa: mucho nos hemos reído
contando esa historia.
Quién los ha visto y quién los ve, cuánto en común tienen
estos dos abuelos que separados por miles de kilómetros ni se conocen, pero
adoran a sus esposas por encima de cualquier credo: quizás ese sea el verdadero
poder de creer en algo, que la fe mueve las más duras montañas...
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