lunes, 19 de agosto de 2013

CAPÍTULO 40: CADA COMUNIDAD, SU ESPÍRITU. MESARIO DE LLEGADA







 Paisajes que me recuerdan a mi tierra, plantaciones de bananas quemadas esperando a las lluvias para brotar de nuevo, vacas unas flacas otras jorobadas y chanchos del tamaño de caballos. 
Una ruta singular que no te deja indiferente. Pisamos Capi´Bary cerca de las 4 y media de la tarde. Una pequeña caminata y por fin en casa.
 Digo por fin en casa porque realmente así me sentí, una cálida bienvenida y un cartel que en mi mesa de escritorio así me lo recordaba. Hace un año que la comunidad construyó esta hermosa casita a las Hermanas, tres, que ayudan como administrativas en la escuela, como parteras y enfermeras en el dispensario y como madres de muchas familias de la zona.
Es como una casita de juguete: techos de madera, un lindo jardín con flores y gallinas y, en definitiva, un remanso de paz que sólo se ve alterado de vez en cuando por los canes de los vecinos y los ecos de los niños de la escuela que están justo en frente. Parece realmente un pueblo de Pin y Pon: la casa parroquial, el colegio, el centro de formación docente y el dispensario uno enfrente del otro y rodeados de la calle comercial y principal de Capi´Bari que linda con la ruta (carretera principal).
Después de conocer la casa y a las hermanas Rafaela y Yolanda, dejo el equipaje en la habitación y en seguida me pongo a sacar fotos como una loca: la acogedora capilla, el patio, las gallinas, las flores... todo es hermoso con la luz del atardecer. 
Poco después la Hermana recibe la llamada que nos invita al festejo del cumpleaños de un abuelo de la comunidad, que cumple hoy 80 años. Llegada la noche nos dirigimos hacia el festejo, la música resuena ya desde nuestra puerta y al entrar nos encontramos en el patio de la casa con toda la familia: el cumpleañero Don Carlos que aparenta no más de 60, sus hijos, nietos y bisnietos que no han querido perderse esta única ocasión.
Es un ambiente que ya echaba de menos por mi juventud: la música, el baile, alguna que otra alegría para el cuerpo, gente de mi edad y un calor de familia que va desde los pequeños, pasando por los jóvenes como yo y hasta los más ancianos.
En seguida las hijas del cumpleañero, reciben a las hermanas como una bendición, (más tarde durante la cena me contarán que más que una bendición, las reciben como a sus propias mamás, en una de las conversaciones más tiernas y sinceras que recuerdo). Mucho se las quiere en esta zona.
Cecili y Rafaela insisten en que salga a bailar con los jóvenes. 
Muerta de vergüenza me arrastran literalmente al escenario improvisado donde un grupo de música ameniza la noche. Me siento realmente como en una película de viajes, donde la extranjera ríe y baila y se enamora de cuanto tiene a su alrededor mientras las palmas, y las canciones típicas hacen de banda sonora: ¡guión de Hollywood a full! (como dicen aquí). 
En seguida conozco a la gente de mi edad, Carlos de 22 años estudia obras públicas y quiere viajar por el mundo; mientras bailamos me presenta a Luis, un español de 25 años que se casó con una de las nietas de Don Carlos y que aunque  se le distingue de los demás por su rubio platino y ojos azules y aunque es madrileño de pura cepa, parece haberse entregado por completo al Paraguay: su acento, su felicidad y hasta unos kilos de más (cuando llegó era muy flaco)por la mandioca  le delatan: "La buena vida y la poca vergüenza" comenta a las hermanas.
Pero pronto llegó el momento más dulce de la noche: Una de las nietas de Don Carlos, cerca ya de celebrar sus 15, le ha preparado una presentación en Power Point con fotografías desde sus años mozos, su familia y un precioso texto que acompaña a la emotiva música. 
La pequeña, como una auténtica profesional y sin vergüenza ninguna, coge el micrófono mientras se prepara la pantalla y el proyector y dice: "Querido Abuelo, éste regalo no es tan sólo ni un 20% de todo lo que te queremos, por tus años, por tus recuerdos ¡porque eres el mejor!" Desde luego éste gesto que haría emocionarse al más duro, conmovió al abuelo que emocionado y acompañado de toda su familia, revisaba cada fotografía con sentimientos contenidos: su esposa que falleció 9 años y 6 meses atrás pero de la que nunca se olvida (única mujer a la que le debe un baile pues ni su nieta a conseguido sacarle a   bailar desde que murió), las épocas de hombre más joven en las que lucía una cazadora de cuero y una camisa blanca mientras sostenía una cerveza entre risas, viajes familiares, etc. Si esto es pobreza, ¡cuánto querría ser pobre! 
Ahora mismo miro a esta familia tan unida, festejando desde la mañana, todos colaborando y sintiendo realmente un profundo amor y respeto por su anciano progenitor; ninguno busca excusas para marcharse temprano con sus amigos, no hay otros planes ni trabajo que quieran usarse de pretexto para marcharse de aquí.  Recuerdo los tiempos en los que mi casa se parecía a ésta...la nostalgia es imposible de evitar.

Una vaca de 110 kilos ha sido sacrificada para la ocasión, la carne espetada en varas de madera gigantes, se cocina lentamente en las brasas del suelo, allo spiedo, como en Italia. Miro constantemente hacia las hermanas que comparten risas y bailes con los lugareños como una más de la familia, hasta la hermana Cecili se apunta cuando suena la música de Olimpia (club de fútbol). 
La hospitalidad es tal que no existe un vaso de uno sólo sino que la bebida es común y ofrecerla a los de al lado es una tradición no apta para escrupulosos.
 Carlos me sirve una especie de coco loco que disfruto como nunca. Pasamos al comedor porque para las hermanas se acerca la hora de acostarse, para compartir el asado con las hijas de Don Carlos que sacan una de las varas de carne del fuego expresamente para nosotras: mandioca, chimichurri, costilla...todo un banquete de asado que se ameniza con una preciosa conversación. Una de las hijas de Don Carlos nos cuenta la alegría de su padre porque hayan venido las hermanas, para él una mezcla de devoción y fe  a la memoria de su fallecida esposa. 
La historia es preciosa, sin duda, un amor más allá de la propia muerte: Doña Ida, esposa de Don Carlos, era una mujer muy devota, catequista y entregada durante 38 años al trabajo con la Iglesia. Pero nunca consiguió que su marido la acompañara a misa por más que rezó en vida. Sin embargo el día de su muerte su marido se confesó y desde ese momento no hay domingo que no sea el primero en la Iglesia. En honor a su mujer sigue el camino que ha ella le hubiera gustado que llevara en vida pero que finalmente consiguió. Dice su hija que hasta a sus nietos les riñe cuando no adoptan una postura correcta en el rezo o no están a lo que están.
Ésta historia me hace recordar a mis propios abuelos que por orden y necesidad de mi abuela tuvieron su primera cita yendo a misa. Imaginaros a un joven y apuesto muchacho (el más ligón del pueblo porque ya de aquella tenía moto) con la moto aparcada como fianza en el bar de la madre de mi abuela hasta que regresara con mi abuela de misa: mucho nos hemos reído contando esa historia.
Quién los ha visto y quién los ve, cuánto en común tienen estos dos abuelos que separados por miles de kilómetros ni se conocen, pero adoran a sus esposas por encima de cualquier credo: quizás ese sea el verdadero poder de creer en algo, que la fe mueve las más duras montañas...

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