El blog de hoy es un blog homenaje que tendrá
varias partes. Aunque vivo todos los
días en la realidad de los niños del Centro de desarrollo Integral niño y niña
feliz de las hermanas de San José de Cluny en Asunción, ésta no es la única
realidad a la que estas hermanas se han enfrentado. Esta comunidad fundada por
Ana María Javouhey tiene misiones por todo el mundo, y aunque si bien es cierto
que en este viaje sólo he conocido una de tantas, los milagros y progresos de
las que rodean Asunción, tocan muy de cerca el corazón de las hermanas que
durante años han viajado de aquí para allá para intentar dividirse en los
proyectos. Uno de los más valiosos y el que vamos a homenajear hoy bien podría
ser parte de una gran película o best seller del pueblo indígena. Toda la trama se desarrolla en El chaco, una
gran región de América Latina que abarca el norte de Argentina, el sudeste de
Bolivia y el noroeste de Paraguay. Dentro de este enorme marco cultural y
biológico, se encuentra la Misión de San
Agustín de Pedro Pepeña en donde las
hermanas llegaron hace 40 años y hace muy poquito que se volvieron. Dentro del
marco de un clima totalmente desértico con diferencias de 40 grados de
temperatura entre las heladas nocturnas y el intenso calor de los días,
conviven con animales autóctonos y espinosos árboles y arbustos muchas etnias indígenas.
SI bien es cierto que en lo largo y ancho de todo El Chaco paraguayo nos
podemos encontrar 13 etnias distintas, las que forman parte de nuestra historia
y que analizaremos con mayor detenimiento en próximos capítulos son los Nivaclé
(unos 13.000 en la zona) los Manjui y los Guaraní.
Estas tres etnias
principales son clanes que viven en comunidades y se dedican básicamente a la
caza, la pesca y la recolección sin más conocimiento que el de sus ancestros y
sin otro tino que el azaroso clima (las sequías en ésta árida región dificultan
los cultivos). Si sumamos todas las deficiencias del medio, la falta de medios
de los locales, la falta de formación y la escasez de oportunidades, no nos es
difícil presumir que la vida cuanto menos no es fácil para ellos. De esto se
debió dar buena cuenta la Hermana Magdalena (ya fallecida) que hace 40 años
descubrió en estas tribus un talento que supo explotar para el beneficio de su
pobre economía de subsistencia: la artesanía. No es que ella fuera la persona
que les descubrió a los nativos las posibilidades de las plantas y materiales
de la flora que les rodeaba, sino que ella fue quien con espíritu emprendedor y
paciencia les enseñó a mejorarlas, a organizarlas y comenzó a ayudarles en su
comercialización para mejorar su futuro. Me cuenta la hermana Esperanza apenas
conteniendo las lágrimas :“ nos ha costado sangre esto”. No fue tarea fácil,
una comunidad indígena tiene muchas particularidades, estratos sociales
marcados y roles desde toda su historia; y desde luego que una monja fuera
vendiendo con cartones en los autobuses y en los centros de turismo su
artesanía, yo no estaba allí, pero debió de ser cuanto menos chocante. Es increíble
lo duro que se hace un trabajo cuando la principio sólo tú le ves la utilidad,
después si funciona cualquiera se apunta al proyecto pero no hay comienzos fáciles…si
quieres saber cómo sigue la historia, léeme mañana. La cosa se pone interesante...
No hay comentarios:
Publicar un comentario