jueves, 29 de agosto de 2013

CAPÍTULO 49: ¡QUÉ VIENEN LOS ALEMANES!







Si en los años del destape , las playas españolas se llenaban de alemanas sin complejos, hoy en día no es tanto la falta de pudor como su origen lo que sigue impresionando. Aquí, en Asunción, es todo un acontecimiento para chicos tan humildes, recibir visitas tan lejanas. Además de benefactores del comedor, éste grupo los visita cada año: los niños preparan actuaciones y teatros para entretener a los invitados que convierten cada pestañeo en una fotografía.
A las 9:00  en punto llega la profe Alicia de danza para preparar a los niños, como cuando actuaron  hace dos semanas en la parroquia, los niños se pintan se visten y se ayudan entre ellos. Parece que cada vez se organizan mejor y hay menos griterío.
Cuando estaban ensayando, a lo lejos vislumbramos unas cabezas rubias, otras canas, y una tez más marmólea de lo habitual para estas tierras. Eran ellos. Indiscutiblemente alemanes arios de ojos azules y cabellos casi todos claros.
Los niños les recibieron con un apretón de manos tan formal que no parecían ellos. Sin que nadie les dijera nada, se pusieron en fila y los fueron saludando uno por uno con una educación impecable. Después unas palabra de bienvenida y en seguida el baile: los varoncitos (como se les dice aquí) demostraron como siempre su carácter indomable y fueron los más efusivos golpeando los pies en el suelo, las guachas y ondeando el sombrero con gritos de baile. Dilan, uno de los más pequeños, hizo que por primera vez viera a un alemán enternecerse: con sólo 4 años seguía los pasos de sus compañeros como una figurita de juguete.
Por un momento los niños me dieron pena, no sé por qué pero me parecían la atracción de feria de unos turistas, que si bien es cierto que vinieron a visitarles con cariño, les hacían exhibirse. Cámaras y fotos a cada paso, a cada movimiento de los pequeños como si fueran La Mona Lisa para un chino. Pensé entonces qué me separaba de ellos, qué era lo que no me convertía a mí también en espectadora de una realidad ajena, fotografiándola y filmándola como si tuviera que ser expuesta para mí. La diferencia es que no saco fotos y me voy, detrás de cada foto hay una historia que conozco , por la que me intereso y lucho cada día. 
NO me gustaría contribuir a que estos niños fueran un escaparate al mundo, a un mundo morboso al que sólo le interesa la foto de un indígena por lo curioso y no por la realidad que representa : "Anda mira Olaya que está en una tribu, qué exótica", digámoslo así, no quiero fotos de Facebook, sólo busco reproducir historias de personas y como dice el gran Nach: "Lo que motivó el comienzo, fue que las vidas que presencio no merecen el silencio...." A veces  me pregunto por qué una foto de un gato o un blog sobre la Erasmus tiene en un día los Likes y las visitas de mi blog en un mes, me  planteo sino será que no sé contar lo que vivo, que no sé elegir las palabras con las que describo o que no llega realmente al corazón...quizás la respuesta esté en el mundo y cómo éste ha decidido moverse: en elegir lo fácil y divertido para no sufrir; en pasar por la vida de puntillas o en elegir sólo aquello que te haga reír.
Perdón que me he ido por los cerros (escribir lo que piensas no es el camino más corto para contar una historia). Estábamos en los alemanes y cómo sacaban fotos a los pequeños. Pues bien, tras el baile y los merecidísimos aplausos llegaron los regalos: los niños les regalaron pantallas (abanicos tradicionales )del Paraguay a los alemanes y éstos les respondieron con un rico bizcocho para el postre.
Uno de ellos hacía de traductor para el resto que escuchaban atentamente las explicaciones de la psicóloga Rocío sobre el trabajo en el comedor, la realidad de las criaturas y los apoyos con los que contaban.  Me gustó que a diferencia que cuando vienen a España, intentaron en la medida de sus posibilidades comunicarse en español casi todo el tiempo. Debe ser que con eso de la emigración de españoles a Germania, no les queda otra si quieren unirse a la fiesta.

Dicho todo lo que había que decir, entraron al comedor a almorzar con los pequeños. Era gracioso ver entre esas cabezas enanas, de repente, un gigantón alto sorbiendo fideos entre ellos.  También comprobaron en sus carnes que no siempre tratar con ellos es fácil ni divertido, en todos los grupos está el travieso, el maleducado, el que da patadas y sus caciques; pero en general fue una visita muy agradable que vino de Alemania como se fue: entre apretones de manos y caritas sonrientes.
La moraleja de la historia, esa sangre que tiene que parece de hielo a veces, derretida por instantes por el calor de la tez de estos pequeños, con sus risas, sus chistes y sus chismes.  La belleza de un grupo de alemanes solemne e inmaculado y en el medio, Luana, una niña con capucha que no le llegan los pies ni a la mitad de la pata de la silla que se sientan con total naturalidad y desparpajo sin que nadie la haya invitado. El día y la noche de dos realidades bien distintas que se han ido a encontrar más allá del mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario