Por la tarde hemos salido a ver a
Marisol, una niña con una grave infección cutánea provocada por el agua
infectada que comparte junto con la gripe con el resto de sus hermanos. Como
no, su casa es una casa de maderos y cartones que el río ha obligado a
construir en un pequeño terreno. En la morada nos encontramos a un grupo de
niños jugando a las canicas, las “balitas” como aquí lo llaman (la última moda
en juegos no violentos, aunque se juegan dinero en él). Irma, la madre de la pequeña, dirige una casa
con un marido alcohólico que tose sangre por una cirrosis galopante, una hija
de 15 años que ya vive con su novio en casa y con el pequeño Leonardo, al que
nos cuenta emocionada que casi pierde por dos veces por culpa de la droga y la
calle. Es una mujer instruida que completó sus estudios y de muy buena familia,
pero que el destino ha llevado a la calle. Mañana la entrevisto por la mañana,
es una de las personas más interesantes con las que me he encontrado hasta
ahora.
Con una apariencia totalmente engañadiza, casi piojosa, desaliñada y
gordita nos explica las diferencias sociales y los derechos por los que lucha
dentro de la comunidad en la que vive. Le viene de familia, pues su padre al
que siguió hasta Paraguay desde Argentina, era conocido por ayudar a sus
semejantes. Es una mujer emprendedora en un lugar extraño, quiere hacer una
casa de materiales reciclados y tratados para mejorar las condiciones de vida
de los chabolos donde se ubican cuando crece el río, ha luchado por tener un
huerto comunal sin éxito y defiende la educación de los niños para evitar que
vivan de mayores como lo hacen de niños: sin esperanzas, sin sueños, sin
formación y en la calle. “El problema de
Paraguay es que no nos unimos como pueblo, no luchamos por nuestros derechos,
somos conformistas”.
No ha sido la única que hoy por la tarde me ha
confesado esa gran verdad. Hemos visitado más casas y en todas se percibe. Al
llegar a la casa de las hermanas de San José de Cluny, el padre Óscar
(paraguayo de nacimiento) me confiesa con impotencia que Paraguay es un pueblo
indígena “al que siempre se le ha dado
todo, un pueblo descendiente de indígenas de caza y recolectores que siempre lo
han tenido todo”; que no saben luchar por mejorar y que son el pueblo del
dejarse llevar…¿Para qué mejorar si ya tenemos algo?
Conformistas y por lo
tanto de sueños vacíos que muchas veces esperan que la ayuda toque a sus
puertas sin pelearla. Torna los ojos al hablar y parece que le duele decirlo, lógico, a mi me
dolería de mi tierra, pero dicen que el primer paso para superar algo es reconocerlo...Nunca
he visto a un cura maldecir hasta hoy, la franqueza le brota sin poder
contenerla y la indignación comienza a hablar en su nombre…una gran entrevista para próximos capítulos, mientras
tanto, más historias sin nombre, más caritas que surgen del fango…
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