domingo, 15 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 66: ¡PARAD EL MUNDO QUE YO ME BAJO!



Había experimentado la ilusión por creer en los Reyes Magos, en el ratoncito Pérez, en los cuentos de hadas....pero jamás había sido yo la que creara esa magia. Ayer a Kenia se el cayó una muela, como a la mayoría de las niñas aquí, las caries se apoderaron de ella y tenía un agujero por ambos lados. Cuando estaba a punto de caérsele, se la arrancó como hemos hecho todos de pequeños, jugando con ella para adelante y para atrás hasta que acabó en su mano. Le dije que debía ponérsela al ratoncito Pérez esta noche, y esperar que la recogiera y se la cambiara por alguna sorpresita. Ella me miró desconcertada, no sabía quien era ese tal ratón que quería su diente. Así que le conté la leyenda del Sr. Pérez. Sus ojos se iluminaban con cada palabra y un corro de niñas nos rodearon para escuchar también la historia.  Cuando terminé se marchó ilusionada esperando ya que llegara la noche. Recuerdo como me ilusionaba yo cada Nochebuena, no dormía la noche de reyes y cuando se me caía un diente, esperaba con ansia oír un ruido en el suelo hasta que me quedaba dormida. Todo era maravilloso, hasta que llegó ese fatídico día en el que crecí de golpe, esa etapa en al que en menos de un año, me contaron que los reyes eran los padres, que el ratoncito Pérez también y que las hadas sólo existían en los cuentos. A la edad que ahora tiene Kenia, unos 10 años, toda esa ilusión fue desapareciendo poco a poco, pero hoy en lugar de romper esa magia, he contribuido a crearla.
En un lugar como éste, en el que hay tantas carencias emocionales y  tantos pequeños, conservar la magia, es crear ilusiones con las que se despierten cada día con una sonrisa. El hecho de contribuir con mi granito de arena a que eso sea así, simplemente no se puede explicar con palabras.
Hoy es ya mi último día completo en Pozo Colorado y ayer ya me tuve que esconder en mi cuarto para que me cayeran un par de lágrimas que hicieran que el dique no se desbordara. Por la noche, ayer, cuidando el cine de los pequeños, me senté al lado de Blásida y le acerqué mi mano. Os puedo decir en la hora y media que duró el cine, que no me la soltó ni un instante más que para agarrármela con más fuerza. No sólo me agarraba con fuerza sino que acariciaba con mis dedos su boquita y rozaba sus mofletes en mi palma. Hubo un momento, que tanto era el hormigueo que sentía, que la mano se me quedó fría de la postura y de repente de dijo: "Tu mano está fría" cogió sus dos manitas y apretó mi mano contra su pecho. Entonces sentí su corazón, latiendo fuertemente en mi mano, rápido e intenso como sólo el de un niño lo es. Me dio un vuelco el corazón y la carne se me puso de gallina mientras el ritmo de sus latidos era cada vez más tranquilo: se estaba quedando dormida en mi brazo. Jamás he sentido más felicidad en toda mi vida, no sé explicarlo pero es como la sensación que se debe tener antes de saltar al vacío, adrenalina que te corre por la sangre y los niveles de serotonina por las nubes.
En ese momento estábamos viendo un cuento de princesas Disney, a Yasmin, y ella me iba comentando toda la película: "Esa es mala, esa es buena, esa es muy fea..." todo sin soltar mi mano ni por un instante y quedándose dormida...
Dicen que un voluntariado te cambia la vida, a mi no me ha cambiado la vida, me ha curado por dentro. Que nadie se engañe al pensar que viene aquí a ayudar, porque si se deja, será bastante más lo que estos pequeños ayuden a uno.
Ayer por la tarde les di el hilo de colores que les compré en Filadelfia para hacer pulseras. En fila fueron recogiendo dos, tres y hasta cuatro tramos de hilo para collares, anillos y llaveros. Las mayores, las pequeñas, todo el patio estaba lleno de grupos de niñas sentadas en corro con los hilos atados en sus tenis o en sus dedos del pie creando accesorios.
Les enseñé a hacer pulseras con dos hilos, pero ellas me enseñaron a hacerlas de tres y de cuatro...realmente es un campamento permanente. Música de pachangueo en la radio, niñas cantando y haciendo pulseras al mismo tiempo, charlando sobre los amores, sobre las amigas...¡Dios mío, creo que he vuelto a los 15 y que lo estoy disfrutando más que ellas!.
















Que alguien pare ese vuelo, que las compañías lo cancelen que yo me quedo aquí. No os sintáis ofendidos familia y amigos peor es que creo que he encontrado mi lugar en el mundo.
El otro día una niña se lastimó la rodilla, su compañera de habitación se pasó toda la tarde vistiéndola, siendo su muleta e incluso ayudándola a ducharse. No os hablo de chicas de 15 años, os hablo de niñas de apenas 6 o 7 que hacen de mamás las unas con las otras. Y yo que casi no tengo ya fe en la amistad, volví a creer en ella.
¿Será que soy yo demasiado exigente? Creo que estas niñas me acaba de responder a tantos años de dudas sin tan siquiera abrir la boca...
Ahora mismo estoy descubriendo que escribo más despacio, que como más despacio, que procuro caminar más despacio...no es cansancio, es que creo que mi cerebro piensa que si ralentizo mis movimientos, frenaré el mundo, los días, las horas y mañana, el día de mi partida, llegará más lentamente.
Al despertarlas por la mañana, Kenia me ha dicho que me vio ponerle dos Sugus bajo la almohada y que no vino ningún ratón, pero yo la he convencido de que el ratoncito Pérez no ha podido llegar al Chaco por lo lejos que está y que me había pedido por favor que hiciera su trabajo, pero que guardara bien la muela en mi custodia, que se la debía entregar esta noche cuando pasara por aquí. :)
Hay muchas formas de convertir cada realidad en una dulce espera.

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