Comenzó
de a poco como con notas musicales, gotas grandes y sonoras golpearon en el
suelo. La tierra empezó a parecer manchada con círculos perfectos. Parecía una
nube pequeña que se dejaba notar a su paso por el km 280 de la ruta transchaco,
pero era sólo el comienzo de una tarde de tormenta. Después de un momento, las
gotas comenzaron a ser más frecuentes y en las clases, la uralita ensordecía a
los docentes mientras los chiquillos exclamaban: "¡Está lloviendo!".
En
una zona tan seca como esta, la lluvia no es un capricho sino una necesidad
vital. Del agua de aljibes y tajamares vivimos las cerca de 400 personas del
internado San Isidro: duchas, aseos, agua para cocinar, beber, limpiar ,etc.
todo depende de que la madre naturaleza se apiade de nosotros.
El
temor de la sequía ya se sentía cerca, el calor de los últimos días y el viento
del norte hicieron que las reservas de
agua bajaran considerablemente. "Necesitamos
la lluvia ya" comentaban las hermanas.
Miré
por la ventana mientras los chiquillos de la clase de apoyo hacían
multiplicaciones: algún que otro adolescente que estaba entre clases se paseaba
por la tierra aún medio seca, pero nadie podía imaginar que minutos después esa
tierra se convertiría en una piscina de barro.
La
lluvia respetó en silencio como esperando el fin de las clases, pero nada más
tocar la campana, encima de nuestras cabezas se desató la locura. En un
instante la lluvia calló como un monzón, mientras el ruido ensordecedor hacía
imposible cualquier tipo de comunicación verbal. Lo único que pude decir fue
"Vamos a dibujar la lluvia", en seguida los pequeños, contagiados del
espíritu de la tormenta agarraron sus cuadernos y pegados a las ventanas para
buscar inspiración, empezaron a pintar. De pronto, el cielo se oscureció y las
luces de los relámpagos iluminaron el patio: los truenos eran tan fuertes que
muchos de los niños se tapaban los oídos mientras se estremecían del miedo:
"Son los ángeles que están jugando al fútbol, creo que es final de liga y
por eso golpean la pelota con tanta fuerza" dije para calmarlos. Sonrieron complacidos
por mi vaga explicación y siguieron dibujando nubes negras y grandes rayas
amarillas en medio, encima de una casa que representaba el colegio.
De
pronto algo calló en el techo con fuerza, se sentía como si alguien hubiese
tirado una piedra desde el cielo: estaba granizando. Poco a poco los golpes
fueron más intensos y fuertes hasta que era tanto el ruido y la fuerza de las
piedras que salimos a verlas. Fuera de clase y llamados por el mismo ruido,
estaban todos los niños y profesores de las demás aulas mirando hacia el patio sorprendidos.
La tierra que hace unos minutos era seca y polvorienta, estaba convertida en un
campo de algodón: piedras de hielo pequeñas y medianas cubrían el patio de una
capa blanquecina que derretía por momentos.
Los
niños comenzaron a correr hacia el patio para recoger las bolitas blancas que
se parecían a las canicas con las que juegan en el recreo. Para mi sorpresa no
era para jugar con ellas, sino ¡para comérselas!. Yo no entendía cómo se
peleaban por comerse esos trozos de hielo del suelo hasta que alguien me dijo:
"Para nosotros lo que caiga del cielo es una bendición, en nuestra
cultura, se cree que es un remedio (curación para los males), ¡además está
rico!". Entonces eso que para mi era una guarrada, meterse en la boca
pedazos de hielo con tierra , se convirtió en algo realmente hermoso. A mi al
rededor, los termos para el agua del tereré comenzaron a llenarse de bolitas
blancas perfectamente redondas como bolas de nieve. Tapándose la cabeza con la
mano, salían a recogerlas y las compartían con sus compañeros. Uno de los
chicos cogió una y fue a una de las clases donde se la puso en la mano a una de
las niñas que en seguida se la comió con gusto.
Yo
estoy acostumbrada, a que cuando en Galicia graniza, lo hace durante un ratito
así que esperaba que aquí fuera lo mismo. Cuando ya pensaba que la tormenta
amainaba, se hizo más fuerte: "Si sigue así no van a tener deporte"
dijo la hermana Vicenta. Parece que el cielo estuvo de acuerdo, porque entonces
una lluvia cada vez más intensa convirtió los patios en tajamares alimentados
por el agua de las canaletas que no daban a basto y la intensísima lluvia.
Dentro de las clases, el ruido era tan fuerte, que tuvimos que sacar a todos lo
niños a la galería techada y juntos contemplar como cambiaba el paisaje y la
tierra que teníamos enfrente se ahogaba.
Más
lluvia, más ruido y de repente más fuerza del granizo sobre el tejado: ya no
eran tiernas pelotitas como canicas, ahora eran bolas escarpadas del tamaño de
una pelota de golf. Fue entonces cuando
salir en busca de esos tesoros helados se convirtió en un deporte peligroso,
con la fuerza con al que caían y ese tamaño,
a cualquiera que le golpeara en la cabeza, se la abría. Pero ya os dije
en varias ocasiones que estos niños deben tener una flota de ángeles de la
guarda custodiándolos porque cuanto más salían y más grandes eran las pelotas,
menos daño se hacían.
"Menos
mal que las clases y edificios están sobre 10 centímetros por encima del
suelo" pensé. A nuestro al rededor ríos, corrientes de agua y el granizo
derretido, habían cercado las clases de tal forma, que parecía que un lago nos
separaba del edificio de enfrente. Justo ahí, delante de las clases de los
pequeños, los mayores se preparaban para liarla: les vi las intenciones y corrí
con la cámara. No me dio tiempo a colocar el objetivo cuando ya estaban
corriendo hacia mi. Jugaban a cruzar ese tajamar improvisado en el que se
habían convertido los patios, las canchas de fútbol, de baloncesto y allá al
fondo el bosque. Los miraba tan mayores,
con esos cuerpos ya de hombres y altos como pinos pero en el fondo eran peor
que los niños más pequeños que los veían embarrarse por las ventanas de las
clases.
La
diversión llama a la diversión y
enseguida se sumaron más chicos
cruzando en carrera de un edificio a otro. El caos llegó cuando a uno de ellos
se le enganchó el pie en el barro y se calló. ¡ Para qué! En seguida, cuando
vieron que se deslizaban y como en un tobogán gigante de agua y barro,
empezaron a dejarse caer .¡Dios , qué bien se lo están pasando y cómo me
gustaría a mi hacer lo mismo! De los pies
a la cabeza empapados, chorreando, y con las ropas teñidas de marrón.
Así se pasaron como poco 20 minutos hasta que un profesor se dio cuenta y cortó
la fiesta de inmediato: como llevado por el espíritu de la responsabilidad,
caminó entre el agua con paso firme sin dejar que sus pies se entretuvieran en
el barro. Entonces, ya en cemento firme le salió de lo más profundo de su
corazón empujar a dos de los mayores hacia el interior de las clases. ¡Me sentí
cohibida hasta yo! xd.
Giré
la cabeza a la izquierda y vi a dos de ellos duchándose literalmente debajo del
agua que caía del tejado a chorros. Se sacaron la camiseta y como si estuvieran
en la intimidad de su casa, se pusieron a frotar su torso a lavar la camiseta y
a disfrutar de la lluvia entre más lluvia. "Como mañana no halla 20 por lo
menos que tengan un resfriado, yo desisto" pensé. No es porque quiera que
enfermen ni mucho menos sino porque me sorprende la inmunidad con la que
resisten a cualquier cosa: y yo que tengo los pies mojados del viento y la
lluvia, seguro que mañana ya necesito un ibuprofeno ¡seré floja!.
De
pronto una carretilla cargada de carne y a toda velocidad seguida por un
séquito de muchachos pasó en el fondo: " Es que justo acaban de matar una
vaca y sí os sí se la tienen que traer" me dijo la hermana Valentina. Allí el que más y el que menos estaba
empapado de la cabeza a los pies, tanto, que parecía mejor que fuesen
directamente en bañador y chanclas.
Cerca
ya de la hora de la merienda así como vino, la tormenta se fue. La uralita que
parecía un campo de batalla, comenzó a sonar como un xilófono con pequeños
golpecitos acompasados cada vez más espaciados, y las gotas finas dieron paso a
otras rezagadas que dejaban sus ondas en el agua. Los torrentes de la tuberías
eran ahora hilos de agua y los primeros rayos de sol despejaron el cielo. Tocó
la campana, hora de la merienda : pan con cocido (tipo de té) caliente y todos
como nuevos. Para el recuerdo quedará el atardecer lluvioso del chaco y el sol
intenso de la tarde reflejándose en el agua de los nuevos lagos.
Por
lo que sabemos sólo llovió así en esta
zona, debe ser que cuando los niños rezan a San Roque por las noches, llegan
sus plegarias antes que las de cualquier otro. Y así 50 mm de bendición en
forma de agua se abalanzaron en media hora sobre sus cabezas.
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